domingo, 28 de agosto de 2011

Verdades

Tengo fama de bocazas, pero estoy más tiempo callado que hablando. Tengo fama de juerguista, pero estoy más tiempo solo que acompañado. Añorar lo que nunca ha llegado a suceder.... Joaquín Sabina.
Repasando los mails atrasados, me encontré ayer con las conversaciones secretas entre Millás y Sabina. No se me ocurre mejor forma de acabar con este mes de agosto que ser testigo del diálogo entre dos genios del ingenio. Tremendas verdades escapaban de la boca del cantautor ubetense más madrileño que ninguno.
Las verdades para que sean tremendas, deben de haberse escondido profundamente durante años en lo más hondo del ser, para acabar siendo disfrazadas de buen rollo, de fortaleza, de dominio, de contención. Sin embargo, cuando casi ya se han transformado en una mentira más de aquellas 100 que tanto nos recuerda Sabina, en ese momento sientes la necesidad de que recorran las arterias, camino de los pulmones, de ahí hacia la laringe, para acabar incrustadas en la garganta, pendientes de un simple gesto de confianza para que a modo de borbotones caigan de tu boca como si de agua limpia de una fuente se tratase. Esas verdades duelen. Duelen cuando entraron y por eso también duelen cuando salen. Duelen al escucharlas y mucho más si ya se han asimilado. Será por eso por lo que siempre he defendido que la mentira no duele más que una tremenda verdad, sino menos.

sábado, 20 de agosto de 2011

Madrid

Esta semana ha sido la semana paréntesis. El lunes quiero volver a estar tumbada al sol, vuelta y vuelta, esta vez toca compartirlo con la family.
Entre los dos iconos que abren y cierran el paréntesis común, tan solo una palabra: cura. Y no me refiero, que podría, a la cantidad de sacerdotes que se encuentran estos días en Madrid, debido a la visita del Papa a la capital de España, sino a la cura de mi uña del pie. Lo único malo de mis vacaciones al extranjero fue la rebelión de una de las maletas por no querer abandonar Grecia. Acabó luchando con mi dedo gordo del pie izquierdo. Daños colaterales: amputación de su uña. Siete días despues de mi pseudo visita al quirófano, me he dado cuenta de lo necesario que resulta ser la extirpación de todo aquello que por uno u otro motivo, malcrece y por ende, malvive con el resto de tu cuerpo. A partir de ese momento, mi dedo se ha sentido liberado, es verdad que ha necesitado convivir con el dolor de la ausencia y con la angustia de la cicatriz, pero se siente liberado. Y lo demuestra curándose a marchas forzadas y demostrando que tal y como le pasa a su dueña sobrevivir a extirpaciones varias es el mejor de los caminos para madurar, con dolor, con angustia, necesarias, eso si, para cicatrizar y preparar al fin y al cabo la piel para el nacimiento de una nueva experiencia.

Santorini

Sin lugar a dudas, lo mejor de Santorini fue ser testigo de su puesta de sol. Observar como despierta el astro rey desde la arena de la playa con la banda sonora de las olas del mar, es .... amazing.
La última noche en la isla más romántica del Mediterráneo no podía haber sido mejor.
Apenas nos alojamos una noche en el hotel más blanco que he conocido nunca. La otra, me refiero a la otra noche, la estiré cuanto pude, casi tanto como me gustaría estirar este mes de agosto. Algo en mi me decía que era la noche correcta para vivirla instante a instante, sin perderme nada de quien me sugirió no marcharme de Santorini sin ver su puesta de sol. Ese es el turismo que me gusta en verano, aquel que me recomienda quien reside en el lugar, al que incluso me acompaña, aunque haya que esperar al amanecer. Porque ese turismo es el que no se olvida, el que se recuerda de por vida, sin que haga falta una imagen digital para describir el momento vivido. Porque se encuentra en el cerebro, a modo de fotograma, incrustado en la mente, y es que seguramente quedará como el mejor momento del verano. A la mañana siguiente, un nuevo ferry nos trasladó al lugar en el que acabaría nuestro viaje anual: Atenas. A duras penas, me encontraba de nuevo en la capital de Grecia, tocada, mental y físicamente. The end

Mykonos

Muy temprano, demasiado temprano nos trasladó el ferry a nuestra segunda parada: Mykonos. Y es que no se podía perder el tiempo con lo que allí nos esperaba: el Paradise. Una playa donde tal y como definió Marise, el exhibicionismo es el auténtico protagonista. Cuerpos esculturales, machacados en el gym pero con ese punto de glamour que tiene todo el que sabe a quien gusta y para qué gusta.
Si el día en Mykonos es apasionante la noche es sinceramente, perversa. Los mismos cuerpos adonis lucen sus mejores galas envueltos en pantalones a medida y camisas que traslucen lo suficiente como para desear poseerlo. La música altísima hace que la única conversación permitida sea la del contacto. Cualquier parte del cuerpo humano es venerada, siempre y cuando no solo se encuentre en su sitio sino que además sepa la lengua universal: el erotismo.
En Mykonos no se puede permanecer tan poco tiempo como estuvimos nosotras. Mykonos necesita de una semana al completo. Sus noches locas lo piden a gritos. Seguro que Yul me entiende y quien sabe, quizá ella tenga la oportunidad de convertirlo en realidad, algún día. Continuará

Athens

Como penitencia ante las tres semanas que llevo sin plasmar mis aventuras y desventuras, hoy he decidido hacer un maratón de post.
Yul me sugirió que troceara nuestro viaje a Grecia en las tres paradas que hicimos: Atenas, Mykonos y Santorini. Y yo he decidido seguir su consejo.

Atenas fue nuestro inicio y también nuestra meta. El primer contacto con la ciudad fue cultural, el segundo e incluso el tercero también. Es por esto que acabé divorciando al verano de su esposa la cultura. El verano necesita como amante a la fiesta, a la playa, a la noche. Definitivamente, el verano debe ser soltero. La cultura es para el invierno. Lo digo y lo repito. No creo en la cultura en verano. La prefiero trasladar como pronto al otoño. Es por esto que acabé calificando a la primera polis demócrata como boring, very boring.
Un día y medio bastó para recorrer su acropólis, su parlamento y también su museo arqueológico. Un terrible itinerario que nos llevó a la primera de las enésimas discusiones que tuvimos Marise y yo durante nuestras siete noches de vacaciones por tierras griegas. Ella, votaba por continuar del tirón con la visita turística y yo, cansada de tanto monumento estático, necesitaba un baño en la piscina del ático del hotel más práctico que pisamos durante el transcurso del combinado y por qué no, divisar los monumentos dinámicos atenienses, que haberlos, hailos. Continuará