Es mi segundo fin de semana tranquilo. Los 35 me han hecho sopesar la importancia de barajar otras opciones (priorizar la tarde y las primeras horas de la madrugada) y disfrutar del placer de utilizar las horas más golfas de la manera menos golfa posible. Experimentar quien soy en aquellas horas del fin de semana en las que en muy pocas ocasiones se me podía pillar en la calle. El ambiente convertido en conversación, el aire libre transformado en local, la entrada de la noche en el día como escenario común para treintañeros cansados de la vida social nocturna, aunque nunca hartos, porque el hartazgo significa frustración y la mayoría de las veces, esta es plenamente individual.
Así transcurren las horas del último fin de semana de este verano 2011. Con el otoño a la vuelta de la esquina, pareciera que ningún momento fuera mejor que este para preparar el espíritu a lo que viene: la desnudez paulatina de los árboles, el llanto leve del cielo y la niebla más gris de las madrugadas eternas. Aprovechemos, entonces, las últimas horas de luz y acostumbremos nuestros cuerpos al tedio de las primeras de la noche, pero no la noche perversa propia del verano sino la romántica propia del otoño. Vamos pues.
sábado, 17 de septiembre de 2011
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