No sé si tiene algo que ver con el libro que estoy leyendo, La lucha por la dignidad, pero llevo toda la semana topándome con este concepto. Me lo encuentro en la televisión, en internet, en la prensa escrita, en el cine, etc. Es como si detrás de este hecho hubiera una intención, la de dignificarla -nunca mejor dicho-, como si hubiera estado hibernando y fuera el momento de despertarla.
Quizá ese sería el remedio de alguno de nuestros males. Ahora que todo parece desmoronarse a nuestro alrededor y que lo material deja de tener valor día tras día, parece que lo más razonable sea dignificar la dignidad. Situarla en el lugar que merece, no muy alto pero tampoco en el suelo, tal vez su lugar esté más cercano a nuestra altura moral de lo que nos parece.
Conforme lo vanal es relegado a su origen, lo moral renace reconstruido de sus cenizas para colocarse entre el cerebro y el corazón, próximo a la garganta, con el objetivo de ser el juez de aquello que finalmente debemos digerir, no sin antes decidir... tragar o vomitar.
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