Hay una sensación que se me repite todos los domingos: vértigo. Es igual que sea un mes que otro. Mi tiempo lo mido en semanas e independientemente de cómo las termine, el domingo es para mí igual a vértigo. Me sucede incluso en esta etapa de mi vida en la que parece que reina el estancamiento. No avanzar no significa en cualquier caso no evolucionar, me digo sin cesar pese a que cueste mucho más mirar hacia adelante de lo que me cuesta mirar hacia detrás. Será por lo desconocido, pero sobre todo por el vértigo. De pronto, la mente se bloquea, el corazón se acelera porque el peligro acecha, uno de los muchos a temer, aquel del que solo se sobrevive: el estancamiento. Y si este es el tope. Y si no hay más desarrollo vital. Y si esto es a lo que he venido. Y si pudo ser y como no fue, este es mi merecido. Vértigo. Vértigo entonces, por una situación conocida, vivida en modo consciente y justo por eso, temida.
Pero no queda otra, los minutos aunque lentos, pasan lo mismo en domingo que en cualquier otro día. Casi nada de tiempo para prepararse ante lo que vendrá. Lástima que las cartas estén ya repartidas...
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