Claroscuros son los momentos en los que cuando todo parecía estar claro, de repente, sin saber el porqué se difumina y pasando rápidamente por el tono grisáceo, el oscuro llega para quedarse.
Los claroscuros son víricos, lo son porque no suelen aparecer una sola vez sino que tras la primera ocasión que tienen, permanecen latentes en el organismo con la idea de hacerse presentes cada vez que pueden o quieren.
La situación entonces deja de ser discutible para ser expuesta unilateralmente utilizando la frialdad y la lejanía a partes iguales. Lo conseguido deja de ser interesante. Lo luchado comienza a hacerse demasiado pesado. La claridad se torna sin más remedio en oscuridad. Y después, lo de siempre... el silencio.
De todo esto, lo más relajante, es que de tantos claroscuros sufridos, una ya tiene el antídoto perfecto, la pócima adecuada para que lo antes posible deje de escocer: unas cuantas nuevas gotitas de ilusión. Cuesten lo que cuesten, sin por supuesto, costar la dignidad.
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