sábado, 4 de diciembre de 2010

Fuego

Ha sido una semana gélida. De ese frío intenso que cala hasta lo más profundo del ser. Día tras día. Noche tras noche. En medio de tanto hielo, un poco de fuego, un fuego que comenzó cinco días antes y que intermitentemente se fue avivando conforme pasaban las horas de estos congelados días. Como en todo fuego -controlado, por supuesto-, hay siempre un momento de máxima llamarada que vuelve en pocos segundos a su inicio, mucho más discreto, mucho menos fogoso.
En estos instantes, en los que ni siquiera conozco la consistencia de la fogata, me preocupa si volverá a arder como lo hizo en el momento de la llamarada. O si, por el contrario, tal y como suele sucederme últimamente, conforme pasen los días la llama se consuma hasta su desaparición completa, volviéndose a instalar el frío, ese frío intenso y congelador.
El tiempo, esta vez no el metereológico sino el que dicta las horas y los días, tendrá la respuesta. A él le encomiendo el cuidado del fuego, la vigilancia de su llama, el interés por mantener su calor. Si con todo, decide apagarlo, prometo pensar que será porque tarde o temprano terminaría quemándome.

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