Vuelvo a corroborar lo malo que es siempre tener expectativas. El cansancio hizo mella anoche en mi cuerpo treintañero. Por mucho que quise disimularlo, fue imposible finalmente reconocer que lo único que me apetecía era dormir ocho horas continuadas sin interrupciones de ningún tipo. Hoy al fin lo he conseguido. El resultado: necesito dormir otras ocho. Estoy cerca de poder llevarlo a cabo, mucho más cuando queda una única semana para el inicio de las vacaciones. Hasta entonces, un último esfuerzo, el sprint final, la llegada a meta, una meta que al menos se vislumbra. Y eso no se si tranquiliza o, por el contrario, estresa. Quiero pensar que en cualquier caso la puerta de la ansiedad y el desengaño de estos meses pasados quedará cerrada a cal y canto. Después, solo espero la apertura de una pequeña ventana madura, constante, coherente y leal. Una ventana a la que acudir cuando en lo que queda de año vuelva a hacer acto de presencia la ansiedad, en la que poder asomarme y me traslade a la calma y seguridad ante los infortunios, sin que eso signifique aburrimiento o mediocridad. Una ventana dispuesta a todo, incluso a que algún día pudiera ser cerrada y por eso en lucha sin cuartel por la persecución de lo contrario.
Es solo un deseo, que plasmo, por si algún día el ángel de mi guarda resulta que también es seguidor de este modesto blog.
domingo, 25 de julio de 2010
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