sábado, 26 de diciembre de 2009

2009

Tan solo cinco días nos separan del 2010. Tan solo cinco noches nos quedan del 2009. Entre pares e impares, siempre he preferido los impares. Entre dos y una cifra, me decanto por una sola cifra. Entre la primera y la segunda década, qué mejor que optar siempre por la primera. De todos los números, el 10 nunca me ha inspirado confianza. Es más, el sobresaliente ha sido para mi todo un reto que dejé olvidado en el parvulario y que jamás volvió a mis calificaciones académicas. Por algo sería. Pero... nunca es tarde para cambiar y si de eso se trata, qué mejor que pensar que si algún año puede ser de diez, éste tiene de momento, el nombre.
Durante los últimos años de mi vida adulta, algo me ha sucedido en sus últimos meses que me empuja a desear la pronta irrupción de un nuevo año. Quizá por simbolizar atrapar el pasado más amargo en la urna del año acabado y recibir la del futuro más inmediato por lo menos, con los brazos abiertos. Y es que, aunque poco debo quejarme, como todos los años, el 2009 ha tenido bueno y malo: estrenos y revivals, sonrisas y lágrimas, Cádiz soleado y Chinchón lluvioso, primavera callejera e invierno vírico, verano variado y otoño cabreado. Poco ya se puede hacer por este 2009 agonizante, mas que encerrarlo en su urna y esperar a cubrirla cinco días con sus cinco noches. Después, recibir un 2010 con la ilusión de que obedezca a su propio nombre y sea un año cuanto menos sobresaliente.

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